Costa Azul Francesa, Marsella
La nueva cara de Marsella atrapa de esa manera amable con que lo hacen los destinos que no se anticipan a generar grandes expectativas. Marsella sale del mar y se deja descubrir tranquila, segura y consciente de que algunos de sus atractivos no se pueden discutir. A la mala fama, de sucia, ruidosa y hasta peligrosa, Marsella responde dejándose conocer. La de siempre, no en vano es la ciudad más antigua de Francia, y la más reciente, donde algunas actuaciones muy bien escogidas han obrado algún pequeño milagro.
En el Vieux Port ya no hay coches. Hay barcos de recreo, una hermosa noria, un mercado de pescado saltando en cajas de hierro a pie de barca, una visión constante de Notre Dame de la Garde en dorados que se mueven con las horas del día, un pabellón del espejo de Norman Foster que a modo de toldo juega a reflejar la puerta de entrada a Francia desde hace 2.600 años y, sobre todo, hay un ritmo relajado, del saber vivir.
Del Vieux Port salió Marsella hace dos siglos y medio y salen hoy las rutas para visitar la ciudad. Como el camino peatonal, tras el Ayuntamiento, que lleva al barrio de Le Panier y donde las cafeterías con terrazas perennes presumen de la estadística, porque en Marsella, dicen, hay 300 días de sol al año, y donde se siguen vendiendo el jabón de la provenza en bloques y las navettes (bizcocho dulce) que, cuentan, recuerda a las barcas de los marineros. O el camino navegando hacia el mar, que permite entender una ciudad que ha crecido encajada contra la montaña en callejones estrechos para compartir la sombra con bloques de poca altura que, jugando con las perspectivas, tratan de que a casi nadie le falte una vista del mar.
Si para renovar el Vieux Port confiaron en un británico, Norman Foster, para completar el frontal marítimo eligieron a un local, Rudy Ricciotti, de origen africano y apellido italiano, no en vano de estos dos orígenes es la mitad de la población de Marsella. Ricciotti le ha regalado a la ciudad el MuCem, El Museo de las Civilizaciones Europeas y del Mediterraneo, una malla mineral de volúmenes abiertos al viento, la luz y el mar que merece la pena disfrutar sin prisas. El MuCem no permite visitas de grupos de más de ocho personas y mide las distancias en pasos, de niño, y de adulto, que son exactamente la mitad. De nuevo, un homenaje a la dimensión humana y una invitación discreta a dejarse conocer en la primera primavera con servicios directos desde Cataluña y Madrid. Para ver horarios de trenes, aquí.
Información basada en Renfe
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